La nieve que se había acumulado en el bosque le deba un
brillo azulado. Lo cierto es que habría sido una imagen preciosa, si no fuera
por el hecho de que montones de guerreros Drakavis van tras de mi para cazarme.
La nieve me obliga a tener el doble de cuidado, si resbalo
podría ser mi final.
Los ladridos de los perros suenan muy cerca, demasiado
cerca. La adrenalina me recorre las venas, obligándome a correr más rápido.
Sin percatarme de ello, me he dirigido hacia el Río Rojo. Su
brillante superficie roja esta escarchada. Por desgracia para mi no puedo
saltarlo, las orillas están demasiado alejadas una de la otra. Sin pararme a
pensar me meto en el río, rompiendo la superficie helada, y lo cruzo a nado. El
agua esta helada y el frío me cala en los huesos y me impide respirar,
obligándome a jadear para poder introducir algo de aire en mis pulmones. Cuando
llego a la otra orilla salgo y echo a correr.
No puede ser, no puedo haberme perdido, pero lo cierto es
que no reconozco este sitio. Tal vez sea el miedo, que me impide reconocerlo o
tal vez me haya perdido de verdad.
Sigo corriendo sin preocuparme por perderme más aun,
simplemente me adentro más y más, dejando que las sombras me engullan.
Los ladridos parecen escucharse más lejanos, puede ser que
consiga salir con vida de esto… o no.
Resbalo a causa de la nieve, cayendo al suelo y rodando por
una pronunciada pendiente. Mi cuerpo dolorido no se para hasta que no choca con
un tronco caído.
No me puedo mover, no puedo respirar… estoy perdida. Escucho
como los cascos de un caballo se acercan, al poco oigo como un jinete desmonta
y se acerca hasta donde yo estoy. Trato de incorporarme y al final consigo
levantarme sobre los codos, arrastrándome a duras penas lo más lejos posible
del jinete, pero no sirve de nada, él ya está junto a mí.
-
No tengas miedo, por favor- la voz del jinete es dulce,
sueva y muy agradable.
Tengo mi vista clavada en sus botas de cuero con espuelas.
Poco a poco empiezo a recorrer su cuerpo agachado a pocos pasos del mío. Como
es de esperar está en una forma increíble, como le corresponde a los Drakavis,
que para nosotros son lo más semejante a los dioses. Va vestido con cuero
negro, de su cinturón cuelgan un látigo enrollado, una daga de plata y una espada
de aspecto pesado. En la empuñadura de la espada puedo ver los signos
correspondientes a los Drakavis de Fuego. Sigo avanzando en mi reconocimiento,
en parte para analizar la situación y en parte por curiosidad, ya que su voz ha
despertado algo dentro de mí, algo que ni siquiera sabía que existía, algo que
hace que un agradable escalofrío recorra mi espalda y sienta una cálida energía
desde lo más profundo de mi ser. El jinete me tiende una mano enguantada, su
brazo es fuerte y los músculos se le marcan de una manera increíble bajo su
ropa. Por fin mis ojos alcanzan los suyos. Es él.
El jinete es el Drakavi de ojos grises como las nubes de una
tormenta, él que los tenía oscurecidos por una misteriosa sombra. El pelo
revuelto por la carrera le cae sobre los ojos, invitándome a extender la mano y retirárselos de esos
grandes y profundos ojos. Un suave rubor le
baña las mejillas, dándole un tono rosado a su pálida piel.
Quiero decir algo, quiero moverme, pero no puedo. Mi cuerpo
está completamente paralizado y agarrotado, incapaz de hacer el más mínimo
movimiento.
El Drakavi frunce el ceño, extrañado por mi reacción al
parecer. Con la agilidad que les corresponde a los de su especie se levanta y
se acerca hasta colocarse a unos pocos
centímetros de donde me encuentro. Sus ojos me recorren con curiosidad,
parándose en cada una de mis heridas, en mis brazos, en mi pelo rojizo y
quebradizo, en mis gruesos labios y por último en mis ambarinos ojos. Ambos nos
miramos por unos largos minutos, hasta que unos pasos nos obligan a volver a la
realidad. Tras él se materializa un Drakavi del Éter.
“Genial, lo que me faltaba…”
El Éter es alto, más alto que el Drakavi de Fuego. Sus trajes
de combate son muy parecidos el uno del
otro. El Drakavi del Éter tiene los ojos de un azul tan claro que podrían ser
blancos perfectamente, lo cual le otorga una mirada fría y calculadora, y su
pelo no se queda atrás en lo referente a la blancura, salvo que posee algún que
otro reflejo dorado
-
¿Cómo has podido darle caza tan rápido Dayron?- la voz
del Drakavi del Éter suena burlona y un tanto chillona
-
Lárgate Erik- le dice el Drakavi de Fuego, Dayron. Su
voz ya no es suave, ni dulce ni nada parecido. Ahora es fría y parece estar
cargada de odio.
-
Creo que no, aun no la has cazado… Solo la has
acorralado- dice Erik dirigiendo su blanquecina mirada hacia mí.
Erik da un paso hacia mi posición, pero Dayron se interpone
entre nosotros, evitando que se acerque más a mí.
Erik lo fulmina con la mirada y yo temo que intente
alimentarse de él. Al parecer a Dayron también le preocupa eso, porque en
seguida aparecen entre ambos unas grandes lenguas de fuego.
-
¿En serio quieres luchar contra mí?- dice Erik mientras
una sonora carcajada, en mi opinión oxidada, escapa de sus labios.
-
No, pero si he de hacerlo, lo haré.
Cuando soy capaz de progresar esas palabras, un terrible
pavor se apodera de mí, demostrándome a mi misma que estaba equivocada en eso
de que ya no podría estar más asustada.
Justo en el momento en el que ambos Drakavis desenvainan sus
espadas, el Rey Drakavi de la Luz
irrumpe en el claro.
-
¿Qué es lo que está pasando aquí? La guerra es contra
ella no contra ninguno de los nuestros- dice con una voz atronadora el Drakavi
de la Luz.
Todo él parece brillar con una luz dorada, su pelo rubio, su
armadura dorada, sus ojos verdes, todo en el desprende luz.
-
La he cazado- dijo Dayron mientras hacía desaparecer
las lenguas de fuego, que segundos antes lo separaban de Erik- y Erik quiere
arrebatarme la caza.
El Rey Drakavi de la
Luz dirige sus verdes ojos hacia Erik, fulminándolo. Parece
estar enfadado, pero no sabría decirlo con exactitud. Yo por mi parte no me
atrevo ni a pestañear, deseando con toda mi alma pasar desapercibida y que así
se olviden de mí. Pero por desgracia, algo me dice que no voy a tener esa
suerte.
-
Erik, será mejor que te largues, ya hablaremos de esto
más tarde- dice el Rey Drakavi de la
Luz.
Erik parece estar bastante enfadado, pero aun así desaparece
como el humo que es arrastrado por una fuerte ráfaga de viento. El Rey me mira,
creo recordar que se llamaba Yiar, pero no estoy segura, después desvía la
mirada hacía Dayron.
-
Puedes coger a tu presa y hacer con ella lo que te
plazca, yo iré a decirle al resto que la caza se ha terminado.
El Rey Yiar da la vuelta y desaparece por donde ha venido,
llevándose con él la luz que parecía desprender.
Dayron y yo volvemos a quedarnos solos, pero ya no es
amable, o al menos aparenta serlo, sino que sigue brusco, como si Erik siguiese
aquí.
-
Levanta, tenemos que irnos- me dice sin mirarme si
quiera a los ojos.
-
No pienso irme contigo- le digo cuando por fin soy
capaz de reunir las fuerzas suficientes.
Dayron me mira como si no fuera más que un perro abandonado,
pero por un instante creo ver en sus grisáceos ojos un destello de alguna emoción
distinta al desprecio, aunque ese instante dura tan poco que no estoy segura de
si a sido algo provocado por mi cabeza, que desea pensar que aun puedo salir
con vida de esta.
-
No tengo tiempo para chiquilladas- me dice con una voz
dura y cargada de… ¿odio?, no sabría decirlo.
Abro la boca dispuesta a contestarle algo, pero antes de que
el menor de los sonidos salga por ella, Dayron esta junto a mí, alzándome y
cogiéndome en brazos como si yo fuera una simple muñeca de trapo de tamaño
real. Yo forcejeo, pero no me sirve de nada, es demasiado fuerte para mí y mis
agarrotados y doloridos músculos.
-
O dejas de moverte o te golpeare hasta que pierdas el
conocimiento- me amenaza con total tranquilidad, como si eso lo hiciese todos
los días. Vale, quizás lo haga todos los días.
Dejo de moverme al instante y levanto la cabeza para mirarlo
a los ojos, esos ojos que invitan a perderse. Él se percata de que lo miro y
dirige sus ojos hacia los míos, es entonces cuando una sonrisa torcida se
dibuja en sus labios, dejando al descubierto algunos de sus blancos dientes.
Sin poderlo evitar el corazón me da un vuelco y mi respiración se acelera.
Dayron parece notarlo y su sonrisa se ensancha haciendo que me ruborice.
-
Te gusto, ¿verdad?- me pregunta mientras sortea las ramas
caídas del suelo.
La pregunta me coge por sorpresa y no puedo evitar
sonrojarme aun más, haciendo que me sienta incomoda entre sus brazos. Al
parecer él no puede evitar reírse, interrumpiendo el suave silencio que rodea
todo el bosque.
Cuando por fin alcanzamos el claro al que al parecer nos
dirigíamos, un lustroso caballo tordo parece estar esperándonos.
Dayron se acerca hacia él y el caballo resopla, moviendo
levemente la cabeza de arriba abajo. Dayron me deposita en el suelo con
cuidado, sus cambios de humor empiezan a sacarme de quicio, pero aun así le doy
las gracias de una forma casi inaudible, pero algo me dice que sí que me ha
oído.
De un salto se sube a su caballo y me tiende la mano para
ayudarme a subir, yo me lo quedo mirando, con el ceño fruncido, sin saber que
hacer.
-
¿Desde cuando se monta a las presas en los caballos?-
le pregunto agachando la cabeza y sin preocuparme de que el terror se note en
mi voz.
Dayron me examina con sus ojos grises. No se que pensar de
todo esto, no se lo que hará conmigo ni si sobreviviré a esta noche.
-
Dame la mano, por favor no me hagas volverme a bajar
para subirte.
Y ya está, se queda tan a gusto. Suelto un suspiro y pongo
los ojos en blancos, pero acepto su mano y con su ayuda me subo tras él,
ignorando el dolor que me provocan las heridas.
-
Puedes apoyarte en mi espalda- me dice con una voz que
vuelve a ser dulce y amable- y yo que tú me agarraría bien fuerte, Ucles es muy
rápido.
No se si hacerle caso, no me fío de él. Esos cambios de
humor son desconcertantes y algo en mi interior me dice que no puedo fiarme de
algo así.
Dayron espolea a Ucles y este parte al galope, haciendo que
mi cuerpo retroceda. Instintivamente me agarro a la cintura de Dayron y apoyo
mi cabeza sobre su fuerte espalda. Tras su armadura de piel de dragón puedo
notar como su pecho se agita a causa de una carcajada que al parecer, le ha
producido mi reacción.
Se que debería sentirme enfadada, frustrada e incluso
asustada, pero no puedo. Este Drakavi hace que algo dentro de mí vibre con fuerza,
despertando una parte de mí que ni siquiera sabía que existía.
De repente Ucles frena, provocando que casi me caiga, de
hecho, me habría caído si no fuera por Dayron. Este se encuentra tenso, muy
tenso y además, a puesto una de sus manos sobre la espada que lleva colgada a
la cintura.
-
No te muevas- me ordena Dayron con dureza.
Pero nada más oír esas palabras siento una necesidad
imperiosa por saber que está pasando, aun así consigo mantenerme lo más quieta
posible mientras me muerdo el labio inferior hasta que el sabor metálico de la
sangre me inunda.
Permanecemos así durante largos minutos, o eso creo, hasta
que, de repente me veo derribada y caigo del caballo, parando el golpe con mi
costado derecho. Como puedo me arrastro hasta poder apoyarme sobre el tronco
frío y escarchado de un robusto árbol. Es entonces cuando alzo mis ojos y
contemplo la escena. Dayron se encuentra tirado en el suelo con la espada
agarrada por el mango y la hoja, lo cual le corta el guante y le cala en la
carne haciendo que su mano le sangre. Sobre él hay un gran lobo negro de
terroríficas dimensiones, que no cesa ni un solo segundo de lanzarle
dentelladas. Con un escalofrío aparto la mirada, buscando algo que me sirva
para ayudar a Dayron a acabar con ese
maldito lobo huargo, pero no encuentro nada, ni una sola rama caída, ni una
buena piedra a la que echarle mano.
El miedo enseguida se apodera de mi, haciendo que mis manos
suden y que sintia un cálido fuego recorriendome las venas, activando todos mis
sentidos y obligando a mis músculos a tensarse. Sin saber como ni por qué me
levanto de un salto, olvidando los calambres que atenazan mi cuerpo, y sacando
una vieja daga oxidada que suele llevar escondida en una de las botas, me
dirijo hacia el huargo, dispuesta a acabar con ese maldito animal.
En pocas zancadas alcanzo el lugar donde Dayron está tirado,
con el huargo sobre él. Respiro hondo, intentando concentrar todo el valor que
tengo, o creo tener. Cogiendo una bocanada de aire, alzo el cuchillo sobre mi
cabeza, agarrándolo con las dos manos y descargándolo con todas mis fuerzas
sobre la espalda del animal. La daga se queda hundida hasta el puño, por lo
cual me permito sonreír con alivio y soltar el aire…, pero las cosas no son tan
fáciles. Con un rápido movimiento, el animal se gira hacia mí, propinándome un
fuerte zarpazo, haciendo que mi cuerpo salga despedido por los aires.
Escucho como el enorme lobo se dirige hacia mí.
“Es mi fin, ya está, sobrevivo al ejercito y un maldito lobo
me va a matar”
De repente escucho un sonido desagradable que hace que la
sangre se me hiele, seguido de un golpe sordo. Con miedo, alzo los ojos,
esperando ver la peor de las imágenes, pero lo que veo es el cuerpo decapitado
del animal y a Dayron con su espada ensangrentada en la mano. Con una sonrisa
intento levantarme, pero las piernas me fallan y caigo al suelo, mientras todo
se torna de un profundo color negro.