viernes, 19 de abril de 2013

Capítulo 2





La nieve que se había acumulado en el bosque le deba un brillo azulado. Lo cierto es que habría sido una imagen preciosa, si no fuera por el hecho de que montones de guerreros Drakavis van tras de mi para cazarme.
La nieve me obliga a tener el doble de cuidado, si resbalo podría ser mi final.
Los ladridos de los perros suenan muy cerca, demasiado cerca. La adrenalina me recorre las venas, obligándome a correr más rápido.
Sin percatarme de ello, me he dirigido hacia el Río Rojo. Su brillante superficie roja esta escarchada. Por desgracia para mi no puedo saltarlo, las orillas están demasiado alejadas una de la otra. Sin pararme a pensar me meto en el río, rompiendo la superficie helada, y lo cruzo a nado. El agua esta helada y el frío me cala en los huesos y me impide respirar, obligándome a jadear para poder introducir algo de aire en mis pulmones. Cuando llego a la otra orilla salgo y echo a correr.

No puede ser, no puedo haberme perdido, pero lo cierto es que no reconozco este sitio. Tal vez sea el miedo, que me impide reconocerlo o tal vez me haya perdido de verdad.
Sigo corriendo sin preocuparme por perderme más aun, simplemente me adentro más y más, dejando que las sombras me engullan.
Los ladridos parecen escucharse más lejanos, puede ser que consiga salir con vida de esto… o no.
Resbalo a causa de la nieve, cayendo al suelo y rodando por una pronunciada pendiente. Mi cuerpo dolorido no se para hasta que no choca con un tronco caído.
No me puedo mover, no puedo respirar… estoy perdida. Escucho como los cascos de un caballo se acercan, al poco oigo como un jinete desmonta y se acerca hasta donde yo estoy. Trato de incorporarme y al final consigo levantarme sobre los codos, arrastrándome a duras penas lo más lejos posible del jinete, pero no sirve de nada, él ya está junto a mí.

-          No tengas miedo, por favor- la voz del jinete es dulce, sueva y muy agradable.

Tengo mi vista clavada en sus botas de cuero con espuelas. Poco a poco empiezo a recorrer su cuerpo agachado a pocos pasos del mío. Como es de esperar está en una forma increíble, como le corresponde a los Drakavis, que para nosotros son lo más semejante a los dioses. Va vestido con cuero negro, de su cinturón cuelgan un látigo enrollado, una daga de plata y una espada de aspecto pesado. En la empuñadura de la espada puedo ver los signos correspondientes a los Drakavis de Fuego. Sigo avanzando en mi reconocimiento, en parte para analizar la situación y en parte por curiosidad, ya que su voz ha despertado algo dentro de mí, algo que ni siquiera sabía que existía, algo que hace que un agradable escalofrío recorra mi espalda y sienta una cálida energía desde lo más profundo de mi ser. El jinete me tiende una mano enguantada, su brazo es fuerte y los músculos se le marcan de una manera increíble bajo su ropa. Por fin mis ojos alcanzan los suyos. Es él.
El jinete es el Drakavi de ojos grises como las nubes de una tormenta, él que los tenía oscurecidos por una misteriosa sombra. El pelo revuelto por la carrera le cae sobre los ojos, invitándome a  extender la mano y retirárselos de esos grandes y profundos ojos. Un suave rubor le  baña las mejillas, dándole un tono rosado a su pálida piel.

Quiero decir algo, quiero moverme, pero no puedo. Mi cuerpo está completamente paralizado y agarrotado, incapaz de hacer el más mínimo movimiento.
El Drakavi frunce el ceño, extrañado por mi reacción al parecer. Con la agilidad que les corresponde a los de su especie se levanta y se acerca  hasta colocarse a unos pocos centímetros de donde me encuentro. Sus ojos me recorren con curiosidad, parándose en cada una de mis heridas, en mis brazos, en mi pelo rojizo y quebradizo, en mis gruesos labios y por último en mis ambarinos ojos. Ambos nos miramos por unos largos minutos, hasta que unos pasos nos obligan a volver a la realidad. Tras él se materializa un Drakavi del Éter.
“Genial, lo que me faltaba…”
El Éter es alto, más alto que el Drakavi de Fuego. Sus trajes de combate son muy parecidos el  uno del otro. El Drakavi del Éter tiene los ojos de un azul tan claro que podrían ser blancos perfectamente, lo cual le otorga una mirada fría y calculadora, y su pelo no se queda atrás en lo referente a la blancura, salvo que posee algún que otro reflejo dorado

-          ¿Cómo has podido darle caza tan rápido Dayron?- la voz del Drakavi del Éter suena burlona y un tanto chillona
-          Lárgate Erik- le dice el Drakavi de Fuego, Dayron. Su voz ya no es suave, ni dulce ni nada parecido. Ahora es fría y parece estar cargada de odio.
-          Creo que no, aun no la has cazado… Solo la has acorralado- dice Erik dirigiendo su blanquecina mirada hacia mí.

Erik da un paso hacia mi posición, pero Dayron se interpone entre nosotros, evitando que se acerque más a mí.
Erik lo fulmina con la mirada y yo temo que intente alimentarse de él. Al parecer a Dayron también le preocupa eso, porque en seguida aparecen entre ambos unas grandes lenguas de fuego.

-          ¿En serio quieres luchar contra mí?- dice Erik mientras una sonora carcajada, en mi opinión oxidada, escapa de sus labios.
-          No, pero si he de hacerlo, lo haré.

Cuando soy capaz de progresar esas palabras, un terrible pavor se apodera de mí, demostrándome a mi misma que estaba equivocada en eso de que ya no podría estar más asustada.
Justo en el momento en el que ambos Drakavis desenvainan sus espadas, el Rey Drakavi de la Luz irrumpe en el claro.

-          ¿Qué es lo que está pasando aquí? La guerra es contra ella no contra ninguno de los nuestros- dice con una voz atronadora el Drakavi de la Luz.

Todo él parece brillar con una luz dorada, su pelo rubio, su armadura dorada, sus ojos verdes, todo en el desprende luz.

-          La he cazado- dijo Dayron mientras hacía desaparecer las lenguas de fuego, que segundos antes lo separaban de Erik- y Erik quiere arrebatarme la caza.

El Rey Drakavi de la Luz dirige sus verdes ojos hacia Erik, fulminándolo. Parece estar enfadado, pero no sabría decirlo con exactitud. Yo por mi parte no me atrevo ni a pestañear, deseando con toda mi alma pasar desapercibida y que así se olviden de mí. Pero por desgracia, algo me dice que no voy a tener esa suerte.
-          Erik, será mejor que te largues, ya hablaremos de esto más tarde- dice el Rey Drakavi de la Luz.

Erik parece estar bastante enfadado, pero aun así desaparece como el humo que es arrastrado por una fuerte ráfaga de viento. El Rey me mira, creo recordar que se llamaba Yiar, pero no estoy segura, después desvía la mirada hacía Dayron.

-          Puedes coger a tu presa y hacer con ella lo que te plazca, yo iré a decirle al resto que la caza se ha terminado.

El Rey Yiar da la vuelta y desaparece por donde ha venido, llevándose con él la luz que parecía desprender.
Dayron y yo volvemos a quedarnos solos, pero ya no es amable, o al menos aparenta serlo, sino que sigue brusco, como si Erik siguiese aquí.

-          Levanta, tenemos que irnos- me dice sin mirarme si quiera a los ojos.
-          No pienso irme contigo- le digo cuando por fin soy capaz de reunir las fuerzas suficientes.

Dayron me mira como si no fuera más que un perro abandonado, pero por un instante creo ver en sus grisáceos ojos un destello de alguna emoción distinta al desprecio, aunque ese instante dura tan poco que no estoy segura de si a sido algo provocado por mi cabeza, que desea pensar que aun puedo salir con vida de esta.

-          No tengo tiempo para chiquilladas- me dice con una voz dura y cargada de… ¿odio?, no sabría decirlo.

Abro la boca dispuesta a contestarle algo, pero antes de que el menor de los sonidos salga por ella, Dayron esta junto a mí, alzándome y cogiéndome en brazos como si yo fuera una simple muñeca de trapo de tamaño real. Yo forcejeo, pero no me sirve de nada, es demasiado fuerte para mí y mis agarrotados y doloridos músculos.

-          O dejas de moverte o te golpeare hasta que pierdas el conocimiento- me amenaza con total tranquilidad, como si eso lo hiciese todos los días. Vale, quizás lo haga todos los días.

Dejo de moverme al instante y levanto la cabeza para mirarlo a los ojos, esos ojos que invitan a perderse. Él se percata de que lo miro y dirige sus ojos hacia los míos, es entonces cuando una sonrisa torcida se dibuja en sus labios, dejando al descubierto algunos de sus blancos dientes. Sin poderlo evitar el corazón me da un vuelco y mi respiración se acelera. Dayron parece notarlo y su sonrisa se ensancha haciendo que me ruborice.

-          Te gusto, ¿verdad?- me pregunta mientras sortea las ramas caídas del suelo.

La pregunta me coge por sorpresa y no puedo evitar sonrojarme aun más, haciendo que me sienta incomoda entre sus brazos. Al parecer él no puede evitar reírse, interrumpiendo el suave silencio que rodea todo el bosque.
Cuando por fin alcanzamos el claro al que al parecer nos dirigíamos, un lustroso caballo tordo parece estar esperándonos.
Dayron se acerca hacia él y el caballo resopla, moviendo levemente la cabeza de arriba abajo. Dayron me deposita en el suelo con cuidado, sus cambios de humor empiezan a sacarme de quicio, pero aun así le doy las gracias de una forma casi inaudible, pero algo me dice que sí que me ha oído.
De un salto se sube a su caballo y me tiende la mano para ayudarme a subir, yo me lo quedo mirando, con el ceño fruncido, sin saber que hacer.

-          ¿Desde cuando se monta a las presas en los caballos?- le pregunto agachando la cabeza y sin preocuparme de que el terror se note en mi voz.

Dayron me examina con sus ojos grises. No se que pensar de todo esto, no se lo que hará conmigo ni si sobreviviré a esta noche.

-          Dame la mano, por favor no me hagas volverme a bajar para subirte.

Y ya está, se queda tan a gusto. Suelto un suspiro y pongo los ojos en blancos, pero acepto su mano y con su ayuda me subo tras él, ignorando el dolor que me provocan las heridas.

-          Puedes apoyarte en mi espalda- me dice con una voz que vuelve a ser dulce y amable- y yo que tú me agarraría bien fuerte, Ucles es muy rápido.

No se si hacerle caso, no me fío de él. Esos cambios de humor son desconcertantes y algo en mi interior me dice que no puedo fiarme de algo así.
Dayron espolea a Ucles y este parte al galope, haciendo que mi cuerpo retroceda. Instintivamente me agarro a la cintura de Dayron y apoyo mi cabeza sobre su fuerte espalda. Tras su armadura de piel de dragón puedo notar como su pecho se agita a causa de una carcajada que al parecer, le ha producido mi reacción.
Se que debería sentirme enfadada, frustrada e incluso asustada, pero no puedo. Este Drakavi hace que algo dentro de mí vibre con fuerza, despertando una parte de mí que ni siquiera sabía que existía.

De repente Ucles frena, provocando que casi me caiga, de hecho, me habría caído si no fuera por Dayron. Este se encuentra tenso, muy tenso y además, a puesto una de sus manos sobre la espada que lleva colgada a la cintura.

-          No te muevas- me ordena Dayron con dureza.

Pero nada más oír esas palabras siento una necesidad imperiosa por saber que está pasando, aun así consigo mantenerme lo más quieta posible mientras me muerdo el labio inferior hasta que el sabor metálico de la sangre me inunda.

Permanecemos así durante largos minutos, o eso creo, hasta que, de repente me veo derribada y caigo del caballo, parando el golpe con mi costado derecho. Como puedo me arrastro hasta poder apoyarme sobre el tronco frío y escarchado de un robusto árbol. Es entonces cuando alzo mis ojos y contemplo la escena. Dayron se encuentra tirado en el suelo con la espada agarrada por el mango y la hoja, lo cual le corta el guante y le cala en la carne haciendo que su mano le sangre. Sobre él hay un gran lobo negro de terroríficas dimensiones, que no cesa ni un solo segundo de lanzarle dentelladas. Con un escalofrío aparto la mirada, buscando algo que me sirva para ayudar a  Dayron a acabar con ese maldito lobo huargo, pero no encuentro nada, ni una sola rama caída, ni una buena piedra a la que echarle mano.
El miedo enseguida se apodera de mi, haciendo que mis manos suden y que sintia un cálido fuego recorriendome las venas, activando todos mis sentidos y obligando a mis músculos a tensarse. Sin saber como ni por qué me levanto de un salto, olvidando los calambres que atenazan mi cuerpo, y sacando una vieja daga oxidada que suele llevar escondida en una de las botas, me dirijo hacia el huargo, dispuesta a acabar con ese maldito animal.
En pocas zancadas alcanzo el lugar donde Dayron está tirado, con el huargo sobre él. Respiro hondo, intentando concentrar todo el valor que tengo, o creo tener. Cogiendo una bocanada de aire, alzo el cuchillo sobre mi cabeza, agarrándolo con las dos manos y descargándolo con todas mis fuerzas sobre la espalda del animal. La daga se queda hundida hasta el puño, por lo cual me permito sonreír con alivio y soltar el aire…, pero las cosas no son tan fáciles. Con un rápido movimiento, el animal se gira hacia mí, propinándome un fuerte zarpazo, haciendo que mi cuerpo salga despedido por los aires.
Escucho como el enorme lobo se dirige hacia mí.
“Es mi fin, ya está, sobrevivo al ejercito y un maldito lobo me va a matar”
De repente escucho un sonido desagradable que hace que la sangre se me hiele, seguido de un golpe sordo. Con miedo, alzo los ojos, esperando ver la peor de las imágenes, pero lo que veo es el cuerpo decapitado del animal y a Dayron con su espada ensangrentada en la mano. Con una sonrisa intento levantarme, pero las piernas me fallan y caigo al suelo, mientras todo se torna de un profundo color negro.




























miércoles, 3 de abril de 2013

Capítulo 1


Me llamo Cass, nací hace diecisiete años, cuando los dragones bajaron y destruyeron los Siete Reinos. Yo soy una de las pocas supervivientes que quedó, cosa verdaderamente extraña, porque no era más que una cría. La curandera del pueblo dice que me encontró junto a los cadáveres de  mis padres, ella cree que murieron por salvarme. Desde que me encontró he vivido con ella, la única de esta aldea del Reino de la Tierra que no desea verme muerta, y junto a ella he aprendido varias cosas sobre sanación, aunque claro esta que ninguno de este pueblo querrá que yo lo cure.

Mañana los Reyes Drakavis de los Siete Reinos vendrán al pueblo. ¿Por qué? Bueno, nuestro Magíster, un viejo verde, calvo y gordo, los ha invitado. Quiere que los Reyes pongan tropas Drakavis en los límites del pueblo para evitar que siga habiendo desapariciones.

La aldea está en los límites del Bosque de los Ocultos, un bosque que está infestado de todo tipo de seres oscuros y el cual me encanta visitar. Suelo ir a cazar con mi arco y a pasear cuando quiero salir de aquí, cuando me siento atrapada.

Ayer por la noche estaba junto a Fabra, la curandera, cuando una multitud furiosa empezó a aporrear la puerta de nuestra vieja y destartalada casa con olor a moho y a humo. Yo me quedé paralizada y miré a Fabra, esta estaba tan blanca como su pelo y las arrugas parecían marcársele por segundos.
La puerta no duró mucho y los viejos y desgastados goznes cedieron. Para nuestra sorpresa, los aldeanos, los cuales iban armados con antorchas, no entraron. Poco a poco la multitud fue abriendo un amplio pasillo para dejar pasar al Magíster.

-          Cass, tenemos buenas noticias- dijo el Magíster con una sonrisa sádica y burlona en los labios y con un clarísimo deje de burla en su ronca voz.

No me atreví a abrir la boca, no me fiaba de él ni un pelo, sabía que me tenía algo preparado, y claro está que no me equivoque.

-          Te vamos a ofrecer como presa para la caza de los Drakavis.- una sonrisa aun mayor tomo vida en los carnosos y babosos labios del Magíster Leor.

Una áspera carcajada rompió el silencio que se hizo tras el anunció del Magíster. Fabra lo miraba con odio e ira contenida.

-          No os permitiré que le pongáis ni una sola mano encima a Cass.- dijo Fabra casi a gritos- ya le habéis hecho demasiado daño.

Con una siniestra sonrisa el Magíster Leor hizo una seña con la mano casi imperceptible y toda la aldea entro en tropel en la casa. Alguien me golpeo en la cabeza y mi vista se nublo, dejándome casi ciega. Lo siguiente que recuerdo es que unos cuantos me arrastraban con poca delicadeza y que me golpeaban sin piedad alguna.

Al final acabé desmayándome, o eso creo, porque no recuerdo que me hubiesen metido en esta jaula y me hubiesen llevado a la plaza de la aldea.


El sol salía por el horizonte, bañando con los primeros rayos el oscuro cielo, que poco a poco iba tomando un tono celeste. Durante la noche había nevado y ahora el aire era tan frío que tenía la sensación de que se calaba en mis huesos y me helaba la sangre.
Estoy verdaderamente asustada. Los Drakavis me iban a cazar como si fuera un maldito wendigo, como a un animal y una vez me hubiesen cogido harían conmigo lo que quisieran. Necesito escapar, pero no se como.

Mis pensamientos se detienen en cuanto veo como el Magíster Leor baja por la calle principal y viene hacia mi con un montón de consejeros.

-          ¿Qué tal has pasado la noche?- me pregunta con una sonrisa bobalicona en los labios

Le dirijo una mirada fulminante con mis dorados ojos. Si no estuviese encerrada en esta jaula, acabaría con él sin pensármelo dos veces. Suspiró exasperada y un terrible dolor me recorre el pecho, obligándome ahogar un grito. El Magíster se vuelve a reír y sus consejeros lo imitan

“Lameculos” pienso para mí con toda la rabia que soy capaz de concentrar.

-          Los Drakavis llegaran en unas horas, te daremos una ventaja de quince minutos, después sus ejércitos te perseguirán hasta darte caza- mientras Leor decía esas palabras que apenas era capaz de procesar, se pasea de un lado a otro, haciendo movimientos exagerados y ridículos con sus sebosas manos.

¿Ejércitos? ¿Los ejércitos de los Reyes Drakavis iban a cazarme? Genial, ahora si que estaba perdida.

-          ¿Dónde será la cacería?- le preguntó mientras un escalofrío me recorre la espalda.
-          En el Bosque de los Ocultos- cuando dice esas palabras su piel parece palidecer. Todos los de la aldea tienen verdadero pavor a ese bosque, no saben lo que se pierden, no saben las maravillas que se ocultan tras todos esos seres ocultos.

Sonrió para mis adentros, tal vez haya alguna escapatoria, conozco bastante bien ese bosque, tanto como a la palma de mi mano. Ahora mi único problema es el ejercito Drakavis de la Tierra, ellos nunca se perderían en el Bosque.

El Magíster se marcha tal y como ha venido con sus consejeros. Todos se ríen, verdaderamente tienen ganas de verme muerta.

Al cabo de dos horas, empiezo a escuchar el sonido de montones de cascos de caballos, de carretas, de voces que gritan la llegada de los Drakavis.
“Genial, voy a tener que salir a correr dentro de poco y aun no me puedo ni mover”.
Suspiro y con cuidado empiezo a incorporarme, apoyándome en los barrotes de mi prisión.
La plaza se empieza a llenar de gente que grita y aplaude. Todos los que pasan a mi lado me miran con desprecio y me recuerdan que dentro de poco seré el juguete nuevo de algún Drakavi.
Mi cabeza empieza a montar un plan, a buscar algún camino del Bosque que sea poco conocido y me permita salvar el cuello, pero no encuentro nada, nada que pueda salvarme… Si al menos pudiese ver a Fabra una vez más…
El hilo que siguen mis pensamientos se ve interrumpido cuando el primero de los ejércitos empieza a entran en la plaza. El ejército Drakavis del Éter. Los Drakavis del Éter son manipuladores, falsos y embusteros, pero no por ello dejan de ser uno de los Drakavis más peligrosos. Los Éter se alimentan de la energía vital de todo lo que les rodea, ya sea un árbol o un pobre aldeano.
Un escalofrío me recorre la espalda cuando el Rey Drakavi del Éter me mira fijamente. Me obligo a apartar la mirada, temiendo que se alimente de mí, si un Éter me atrapase…, no quiero ni pensarlo.
Los siguientes en entrar fueron los Drakavis del Agua y del Aire. Eran los Reinos más unidos, siempre luchaban juntos, codo con codo. También eran los más compasivos, por suerte para mí. La Reina Drakavi del Agua me miró y sus ojos se oscurecieron, no me explico por qué, pero solo espero que eso signifique que no se unirá a la cacería.
Los próximos en entrar fueron los Drakavis de la Tierra, tan grandes y fuertes como ninguno, tan majestuosos y…  tan brutos.
Dejo escapar un suspiro, de lo cual me arrepiento con toda mi alma, apenas puedo soportar el dolor del pecho. Cierro los ojos con fuerzas y me concentro en mi respiración, necesito mantenerme fría para poder escapar, no puedo dejar que el dolor me controle.
Los Drakavis del Fuego y la Oscuridad entraron juntos, mezclados más bien. Eran muy parecidos, duros y despiadados, pero leales a su palabra.
Los últimos fueron los Drakavis de la Luz, los peores en mi opinión. No tienen piedad y creen en una justicia absoluta que acaba con la vida de montones de humanos.

Cuando todos los ejércitos y reyes están en la plaza, el Magíster Leor empieza a hablar, a decirles cuanto se alegra de que estén aquí y de lo agradecido que se siente por ello.

-          Reyes y Reinas Drakavis- dice mientras recorre con la mirada toda la plaza, hasta situarla sobre mí- mi pueblo os quiere entregar una presa.

Siento como todas las miradas se posan en mí. Son muchos, demasiados y la mayoría de ellos parecen deseosos de hacerse conmigo.
El Magíster empieza a explicar como va ha funcionar la cacería, pero por supuesto no habla de reglas, nadie le pone reglas a los Drakavis.
Paseo la mirada por la plaza, examinándolo todo. Es entonces cuando mi mirada se ve atrapada por los oscuros ojos de un Drakavi, un guerrero.
Su ceño esta fruncido, ensombreciendo sus ojos oscuros. El pelo negro le cae sobre los ojos, dándole un aspecto oscuro y siniestro. No puedo evitar estremecerme. ¿Cómo un rostro tan hermoso puede tener una expresión tan aterradora?

Un estruendo me saca de mis pensamientos, la puerta de la jaula se ha abierto y todos parecen estar esperando a que salga. Tardo unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hago salgo a correr, olvidando el dolor que me taladra el pecho, ignorando los miles de ojos que se posan en mí mientras corro en dirección al Bosque de los Ocultos. Lo veo cerca, solo está a unos metros, pero antes de que consiga adentrarme en él, escucho montones de cascos de caballos partir al galope y perros que ladran furiosos.
No puede ser, es imposible que ya hayan pasado quince minutos, no…
Sin detenerme para mirar atrás me adentro en las sombras del Bosque, agradecida por engullirme en ellas.

Introducción


Al principio mi mundo no era más que una tierra devastada por la ira de los dragones, los humanos vivíamos con miedo, escondidos en frías cavernas, esperando el día de nuestra muerte… Pero las cosas cambiaron, los dragones se debilitaron y se retiraron a las montañas más altas y aisladas de nuestro mundo. Ahora son los Drakavis los que nos reinan, seres que poseen los elementos de los dragones.
Hace diecisiete años, cuando las siete lunas de nuestro mundo se alinearon, los dragones bajaron de sus montañas y arrasaron los siete Reinos, los Drakavis se refugiaron en sus castillos y vieron como la población moría consumida. Nadie sabe porque esos dragones volvieron y solo una persona sabe por qué se fueron…
Mi nombre es Cass y esta es mi historia.